Desde hace años, he sido testigo del fuerte vínculo que unen a Álvaro y Jesús, del crecimiento que ha tenido su amor, de las etapas que han ido dejando atrás en el camino, de poder tener un hogar donde compartir su vida, pero les faltaba algo… ser protagonistas de una mis historias, de uno de mis viajes.
Durante el verano de dos mil veinte coincidimos en unas vacaciones distintas, caracterizadas por la distancia social, pero que no iba a empañar unos días inundados por la amistad y el amor fraternal. El lugar, TorreNueva, un pequeño pueblo pesquero de la costa granadina. Nos acogían mi hermana de otra madre, Ali y su compañera de mil batallas Laura, algún os traeré su historia aquí, lo prometo, pero hoy toca viajar con Álvaro y Jesús.
Hacia mucho tiempo que no compartíamos una mesa los cinco, recuerdos, anécdotas, risas, abrazos, cigarros que se consumían uno tras otro, cervezas que se apilaban en un extremo de aquella terraza. Una amalgama de sentimientos, emociones, nostalgia y el no querer que aquella noche terminara nunca acapararon nuestro reencuentro.
Durante el día bajamos a la playa a disfrutar de los últimos rayos de sol del mes de septiembre. Sombrilla, nevera y mucho hielo en vasos rebosantes de tinto. Sabor a sal, sabor al reencuentro, saber a un amor de verano, sabor a un eterno atardecer.
La tarde esta reservada para mí cámara, no iba a dejar escapar la oportunidad de secuestrar para siempre el amor de Álvaro y Jesús para así recluirlos en mi memoria. Tengo que admitir que hice escasos tiros de cámara, pero es que no me hicieron falta. En pocos minutos pude recoger decenas de miradas, abrazos, caricias y besos. Las sombras naranjas se apostaban en mi objetivo, el día me estaba regalando la luz perfecta para hacer aún más inolvidable aquel viaje.
Miraba el visor de mi cámara para cerciorarme de que cada plano estuviera bien guardado en mi tarjeta de memoria, no quería que nada se quedara en aquella playa, ni el más mínimo de los detalles.
La noche dio paso a la iluminación artificial que las farolas del paseo marítimo proporcionaban cada noche a cientos de turistas y vecinos propios de la localidad y con ella al final de nuestra aventura.
Una última cena iba a ser testigo de aquel reencuentro entre amigos, hermanos, y amores. No quería despedirme de aquel viaje y al igual que no quiero terminar este post, pero el camino continúa, prosigue y seguro que nos seguirá dando días memorables para nuestro corazón al igual que yo seguiré inundando de mi puño y letra decenas de historias en esta aventura llamada vida.