Meses antes del señalado día, Manuel, Elena y yo, teníamos una cita, la de su preboda. Para mí, son tardes especiales, llenas de complicidad, en las que ellos y yo creamos ese felling tan importante para el gran día. El día siempre comienza con un poco de tensión (es lo más común, el miedo escénico a una cámara), pero lo mágico, es observar como al final de la tarde, esa tensión se ha convertido en calma y comodidad.
Decidimos dividir la tarde en dos ambientes muy distintos. Comenzaríamos por el barrio sevillano de Santa Cruz, recorreríamos todos sus callejones, deteniéndonos en los Jardines de Murillo hasta llegar a el Patio de Banderas con la Giralda cómo espectadora. Aunque aquellas localizaciones ya hayan pasado más de una vez por mi cámara, siempre guardan la esencia de la primera vez, porque con cada pareja, con cada historia de amor por contar es diferente.
La segunda posta de nuestra sesión correspondía al Bajo Guadalquivir, en concreto a la conocida Dehesa de Abajo, cerca de la localidad sevillana de La Puebla del Río. Era un lugar único, donde la naturaleza se extendía ante nosotros sin que pudiéramos ver su final. Si guardábamos silencio podías escuchar el latido de la tierra.
Kilómetros y kilómetros de laguna se apostaban tras nosotros haciendo de aquel lugar una escena imborrable para los ojos de Manuel y Elena. Su comodidad ante la cámara iba In crescendo, los nervios del comienzo era un vago recuerdo en nuestra memoria. Ahora las risas, los abrazos, las caricias inundaban aquella marisma.
Un cielo con las nubes necesarias nos regalaron un atardecer que no dudé en aprovechar para realizar mis últimos planos. El naranja se había apoderado de la escenografía presente. Todo estaba listo para el sí quiero de Manuel y Elena, una historia que os contaré más adelante.