Si la vida se trata de cumplir pequeños sueños, esta historia trata de grandes sueños. Son Manuel y Elena los que me hicieron vibrar un cálido sábado de noviembre y saber que las metas, si las persigues, se consiguen. La de ellos era por supuesto darse el sí quiero tras años compartiendo una vida de recuerdos y momentos memorables.
Una preboda, realizada con semanas de anterioridad surcando la Ribera del Guadalquivir y el casco histórico de Sevilla me sirvieron para corroborar la sencillez y cercanía de ambos. Sólo había que estar presente en aquella sesión para ver la complicidad que ambos se tenían y que desprendían hacia los demás.
Comencé aquella mañana con los mismos nervios que la primera boda que tuve el placer de grabar, ese cosquilleo que te recorre la espalda y se reproduce en un nudo en la garganta cuando llamas al timbre de la casa de Manuel. Recuerdo café, chocolate caliente y una rueda de churros encima de la mesa mientras preparábamos todos al novio, el olor a hogar.
Elena nos esperaba presa de esos nervios de una novia en el día de su boda (más que justificados), rodeada de todo su equipo de trabajo, compañeros maquilladores y amigas peluqueras que le daban a aquel trabajo tan meticuloso y perfeccionista un toque de fraternidad y amor.
La plaza de la Iglesia de la Vera Cruz esperaba con impaciencia, repleta de amigos y familiares con cámara en mano a la llegada de los protagonistas. Manuel, con una madrina deslumbrante no cabía en sí rebosante de orgullo y alegría al verse acompañado por su madre. Saludos, abrazos, caricias inundaron el portón de aquella iglesia.
Un velo hizo acto de presencia en la misma esquina por la cual con anterioridad había pasado Manuel. Una sonrisa atravesó la fina tela que componía aquel velo cosido con tanta delicadeza y esmero que de pronto pasó a un segundo plano. El rostro de Elena era pura felicidad, ver por fin tan cerca el sueño de darse el sí quiero junto al hombre de su vida.
Prometo que el pasillo que hay que recorrer desde la entrada hasta el altar en aquella capilla nazarena no es muy amplio, pero lo suficiente para ver a Manuel impregnado por lágrimas de emoción, rezando para que el tiempo adelantara el paso de su prometida y verla así a su lado. Gracias por llenarme la vida con recuerdos de este tipo.
Confeti, arroz, pétalos, papelillos…demasiado seguía siendo insuficiente para festejar el matrimonio de Manuel y Elena.
La fiesta comenzaba y tocaba dirigirse a Hacienda Vera Cruz, para mí, un sitio espectacular con una multitud de ambientes, desde su biblioteca hasta los jardines. Siempre se me hacen cortas las sesiones de video en aquel lugar, pero en este día aún más. Mi mente no paraba de imaginar escenas donde Manuel y Elena daban rienda suelta a su complicidad.
Tras un almuerzo plagado de sorpresas, de felicitaciones, de entrega de detalles llegó la hora del disfrute desinhibido, dónde pude inmortalizar decenas de cantes, saltos y bailes. Mi mayor satisfacción a la hora de despedirme de Manuel y Elena, es dejarlos en su boda con esos rostros repletos de felicidad disfrutando de su gran día junto a su familia y amigos, creo en eso consiste parte de mi trabajo. ¡!!Vivan los novios!!!