El año dos mil veinte no podía empezar mejor (lo que vendría después formará parte de un mal sueño que olvidaremos más temprano que tarde). Era febrero, era el día de María y Guillermo, la Iglesia de Los Gitanos en pleno barrio de la Macarena aguardaba la hora.
Desde que los conocí a ambos, sobre un año antes, noté que eran especiales, sentí ese felling tan importante para mí mientras tomábamos un simple café, personas alegres, risueñas, sencillas y afables. Un par de llamadas telefónicas más y decidieron que formaría parte de su gran día, algo por lo que uno siempre se sentirá en deuda con cualquier pareja que deposite su confianza en mi cámara.
Recuerdo llegar a casa de Guillermo y sentirme parte de esa familia, un aire de júbilo recorría cada centímetro de la casa, todo eran sonrisas, abrazos, el sonido del timbre que marcaba la llegada de un miembro de la familia más. Son momentos en los que no te permites ni un respiro para poder captar cada detalle de agradecimiento, cada mirada de enhorabuena, y cada expresión del novio, ¡¡¡porque vaya novio!!!
Y qué decir de María, deslumbrara por sí sola a todos los que nos acercábamos a ella, yo sólo tenía que encender la cámara y voilà, el plano estaba hecho, no tenía que hacer nada más. Las horas se convirtieron en minutos y los minutos en segundos cuando no eres consciente de la noción del tiempo al estar tan cómodo en un lugar y de pronto, ver cómo el vestido de novia recorre su silueta para emprender el camino soñado.
Hay momentos que se te clavan en la retina y que perduran en tu psique durante mucho tiempo, y María y Guillermo contribuyeron a ello. Ese encuentro en el altar de aquella iglesia abarrotada de familiares y amigos, los flashes no paraban de inmortalizar el momento: dos miradas cómplices llenas de amor.
Tras el sí quiero, y un acción de gracias inolvidable escrito y leído para todos por Antonio, el hermano de María, le puso el broche final a una ceremonia que unió simbólicamente para siempre a Guillermo y María bajo un sí quiero y la atenta mirada de todos los presentes.
La siguiente y última parada tendría lugar en Atalaya Alta, un lugar lleno de preciosos rincones listos para ser testigos de una sesión entre María y Guillermo que rebosó en caricias, risas y hasta bailes, fueron, son y serán espectaculares. El almuerzo tampoco se iba a quedar huérfano de sorpresas ni alegrías, una entrada triunfal de ambos, cargada de energía, saltos, abrazos, gritos y vítores.
Y llegó la hora deseada, llegó el “party mode”, no sin antes ser precedido por el baile de ambos, sonó “Stand By Me” en el centro de la pista. Las luces atenuaron su brillo, los móviles se iluminaron con un flash permanente y María y Guillermo se fundieron en un abrazo que reflejaba una felicidad que cualquiera de los presentes anhelaba.
Después de inmortalizar decenas de bailes y coreografías improvisadas, llegó la hora de despedirse de un día que nunca quieres que termine, nunca lo deseas por lo cómodo que te encuentras, por lo fácil que te lo han puesto, por verte rodeado de personas maravillosas que hacen de tu trabajo la profesión mas preciosa del mundo.
María y Guillermo, os deseo un maravilloso y eterno matrimonio.