“La fiesta tiene que llegar a la noche”. Ese fue nuestro punto de partida y no lo hubiera cambiando por ningún otro. Rocky y Chico forman una de esas parejas que aunque hayan pasado años y años por su relación siguen manteniendo esas mismas ganas y energías del primer día.
Tras escuchar lo que tenían en mente para aquella mañana de junio mientras brindábamos con un par de copas de vino, pasé a formar parte de lo que sería su gran día, una sensación descrita entre una carga inmensa de responsabilidad y a la vez una ilusión desmedida por la llegada de su boda.
El piso de Rocky fue una montaña rusa de emociones, recuerdo una calma tensa, propio a esos momentos previos de decir sí quiero, seguido por una carta procedente de sus más intimas amigas que hizo que más de uno soltara alguna lágrima. Para terminar con un aluvión de gritos y felicitaciones a la llegada de numerosos familiares. Aun retengo en mi retina las miradas de asombro de sus hermanos, hermanas, madre, padre, amigas al verla salir de aquella habitación con tal vestido diseñado y cosido por ella misma.
El recorrido a la capilla de La Aurora era corto y fue a pie, una comitiva de vecinos y vecinas se agolpaban en los umbrales de las casas para ver así desfilar una deslumbrante Rocky agarrada por su padre de su brazo derecho.
Si me tengo que quedar con algo de la ceremonia la cual unió a Chico y Rocky, fue la entrada de esta última a la capilla y las miradas que recibía por parte de todos y sobre todo de su futuro marido. Entre sus labios se podía leer la palabra “guapa, guapa” mientras aguantaba numerosas lágrimas que nacían en sus ojos.
El Cortijo Arenoso iba a ser el testigo de la fiesta que se nos venía encima. No lo voy a negar, pasamos calor, pero calor, típica de un mes de junio expuesto a una ola de calor subsahariana de la cual muchos se acordarán a día de hoy y de no haber llevado quizás un traje con una tela mucho más transpirable.
Junio nos iba a dar uno de días más extensos del año en cuanto a luz solar se refiere, así que la fiesta empezó con un sol de justicia sobre nosotros y muchos no creían que nos atraparía la noche…pero sí que llegó y de que forma. Una batería, una guitarra eléctrica, un solista deleitando a la mayoría de invitados aún presentes con música pop-rock de los noventa. En un momento pensé que la luz de la mañana siguiente nos podía alcanzar de nuevo viendo las ganas de disfrute que Rocky y Chico le transmitían a los demás.
El momento de la despedida llegó, y con él, el adiós a una fiesta memorable, repleta de risas y bailes y de una pareja que no decepcionó con las expectativas que impuso a sus más allegados “La fiesta tiene que llegar a la noche”.
¡¡¡Viva la fiesta!!!