Era un día especial, tras un largo tiempo sin poder coger mi cámara, tras meses de ausencia en un mundo tan especial cómo este, volvíamos al centro del escenario, a poder ver como se siguen cumpliendo sueños deseados tiempo atrás, era el día de Ruth, de Carlos y de su pequeña.
Desde que el destino puso a Ruth y Carlos en mi camino me trasmitieron su deseo de naturalidad, espontaneidad y ganas de pasarlo pipa en su boda. Esas ganas las pude respirar desde el minuto uno en el cual me adentré en el hogar de la familia de Carlos. Siempre es un momento especial ver como un padre ayuda a su hijo a prepararse para su gran día (gemelos, corbata, reloj,…) pero cuando se produce al revés es puro amor paternal, es magia, debería ser una obligación.
El hogar de Ruth, por su parte, estaba acaparado por su vestido, una larga cola diseñada por Julián Ortiz se deslizaba a lo largo del salón, mientras amigas, su hermana y tías lo miraban con expectación. Después de tanta espera, de tantas pruebas allí lo tenían, listo para ser lucido antes todos y todas.
Tras dejar a Ruth junto a su pequeña, en las manos de los últimos retoques de Julián, me dirigí al Convento de Consolación, lugar conocido por las multitudinarias peregrinaciones recibidas año tras año. Un coche clásico color burdeos marcaba la llegada de Ruth, mientras Carlos no retenía los nervios junto al altar. Me encanta este momento, de nervios, de felicidad, de júbilo. Los padres de ambos se miraban y a su vez miraban a sus hijos con gestos de admiración.
No muy lejos de aquel convento, se encontraba Hacienda Cerca de Aragón. Ruth y Carlos habían querido volcar todas sus ganas y amor en aquel lugar, y lo llenaron con una escenografía espectacular, una iluminación propia de shows circenses, una decoración vintage que me vino de maravilla para aquella mini sesión que realizamos nada más llegar y un escenario, que más tarde descubriríamos que nos traería.
Si hay algo que llena de energía la entrada de unos novios a su banquete son un par de bengalas, y Carlos y Ruth lo sabían de sobra. Los colores verde y azul se entremezclaron en una vorágine de saltos, bailes y gritos mientras el “New York” de Alice keys retumban en los altavoces más cercanos.
Tras un baile nupcial con su pequeña como primera testigo y participante en ciertos momentos, llegó la fiesta… y con ella Xite&Co. De repente una figura oscura más alta que cualquier persona acaparó el centro de la pista. Un violinista aguardaba la señal, y de repente cientos de leds encendieron a la figura al ritmo de una música electrónica que pronto puso a todos los invitados en marcha.
Un cañón de confeti, una coreografía robotizada, pistolas de humo, unas ganas de fiesta increíble… no faltó nada en aquella noche memorable para todos. Un abrazo de agradecimiento con Ruth y Carlos marcó mi final de día o mejor dicho de la noche. ¡¡¡
¡¡¡Afortunado de poder haber sido participe de vuestro día!!!